Te propongo un juego.
Vení, metete debajo de mi piel y decime que se siente.
¿Es frío o es cálido?
¿Se siente bien?
¿Podés sentir los latidos de mi corazón?
¿Los sentís como si fueran tuyos?
¿Si? Bien, ahora empezá a sentir mis piernas como tuyas, mis manos, mi vientre, mi pecho, mis labios.
Sentí lo que siento yo.
¿Sentís las agujas que pinchan una y otra vez mi corazón?
¿Y las que pinchan mis manos? ¿Mis dedos?
¿Podes sentir la presión sobre mi pecho?
A veces creo que mi esternón se esta por partir.
Sentí como se me cierra la garganta.
Tratá de respirar, no vas a poder.
¿Viste? Ahora estamos fusionados, ahora sos yo.
Ahora pensá en vos.
Se te llenan los ojos de lágrimas.
La vista se te nubla, no podés ver a través de estos ojos húmedos.
No queres parpadear, porque estas llorando.
No queres que nadie te vea llorar.
Porque no sos débil, o eso crees. O eso temés.
Pones la cabeza hacia atrás, esperas que las lágrimas vuelvan por donde vinieron.
Pero fracasas.
Primero una, despues otra, tres lágrimas salen como disparadas al parpadear, y recorren tu mejilla.
¿Las sentís? Te imaginás el surco que dejan a su paso.
Una se desvía a la comisura de tu boca, y con la lengua la limpias.
La garganta se te afloja un poco, no mucho.
La presión en el pecho sigue ahí.
No se va, nunca.
Menos desde que existís vos.
Te acordás de eso y querés seguir llorando.
Y esto no termina más.
Pasa cada vez que pensas en vos.
Cada vez que pensás en vos de la manera en que yo pienso en vos.
Ahora que te ves a través de mis ojos
Te sentís a través de mi piel.
Te recordás a través de mis recuerdos.
¿Que sentís?
Espero que te haya gustado el juego.
