Estaba sentada frente a la compu frustrada por no poder escribir nada, las palabras no fluían en mi... las sentía atascadas pero tampoco tenía las fuerzas para traerlas hacia afuera, no tenía ganas.
De repente giré me cabeza y miré mi la conjunción entre mi clavícula y mi hombro. Empecé a tocar, a sentir los huesos sobresaliendo, me acaricié suavemente hasta que sentí un nuevo impulso. Empecé a tocar mi piel con la punta de mi mis dedos, a rasgarla suavemente con mis uñas y de a poco empecé a ejercer más y más presión. Jamás pensé en qué estaba haciendo, solo lo hice y sentí cada instante, mientras mis uñas se clavaban más y más en mi piel. ¿Pero hasta donde estaba dispuesta a seguir? No lo sabía, pero seguí insistiendo, más y mas fuerte... sintiendo mucho dolor hasta que ya no importó, hasta que mi cuerpo se adormeció y pude continuar sin sentir nada.
De repente empezó a brotar sangre del sitio en donde mi dedo índice estaba incrustándose, luego lo siguieron los otros dedos. Creo que por unos segundo me perdí mirando como la sangre se deslizaba por mi piel. Siempre amé los contrastes pero jamás vi nada mas hermoso que el rojo de la sangre recorriendo mi piel blanca. Y recordé la impresión que tuve a los 8 o 9 años cuando mi mamá me leí blanca nieves... en especial el momento en que su madre pedía tener una hija con la piel blanca como la nieve, mejillas rojas como la sangre que había derramado al pincharse mientras cosía y con el pelo negro como el ébano de la ventana por la cual contemplaba la crudeza del invierno.
Ver la sangre no me detuvo, solo me alentó y me hizo sumergirme más en el trance. Quise ir más allá, no puedo evitar siempre querer más y más... y a cualquier precio. Poco a poco fui metiendo mis dedos debajo de mi piel, mientras mi mano ya estaba totalmente roja de la sangre que no paraba de brotar.
Ya podía agarrar mi piel con como si fuera un cuero viejo y sentí la necesidad de tirar. Lo hice una y otra vez pero no pasaba nada... me di cuenta que necesitaba ayuda externa. Al lado de la pila de papers había un cuchillo que había dejado en alguno de esos momentos en los que estoy tan enloquecida con el laburo que hasta como cerca de la compu para no cortar la inspiración. Lo tomé sin pensarlo mucho e hice dos cortes diagonales que comenzaban en los extremos de la herida que habían causado mis dedos y terminaban cruzándose a los 5 centímetros de esta. Intenté hacerlos tan profundos como las heridas que habían causado mis dedos.
Dejé el cuchillo sobre una pila de papeles y volví a tomar mi piel y a tirar de ella. Ahora la operación era más fácil y con esta ayuda externa logré cumplir mi cometido. Había mutilado una porción de mi pecho y ahora lo tenía en mi mano, lo miraba y me di cuenta de que no lo necesitaba. Era sólo un pedazo inútil de piel.
Me sentí aliviada, más ligera... y las palabras volvieron a brotar de forma incontrolable.